La banda

Ismael Clemente.

Voz. Percusión tradicional. Vientos. Cuerdas.

Entusiasta. Contador de chistes. Catador de callos. Escritor de sonetos. Del Atleti.

Se crió en Guijuelo (Salamanca). Después vivió en otros cien sitios.  Hasta que regresó a Mayrit. De la cual conoce todos sus recovecos tenebrosos y ocultos, escondidos bajo sus bóvedas de alarife moruno, sus mil viajes de agua, y cada rastro de sílex en cada cajón de aparejo toledano. Palmo a palmo.

De pequeño se cayó en una balsa de purines de marrano. Igual que Obelix en la marmita mágica.

Es ingeniero informático, pero ha tenido diez mil inciertos oficios. Camarero. Profesor. Vendedor de desfibriladores. Editor de revistas. Comercial de jamones y cestas de Navidad. Promotor de eventos. Reformista. Exportador de tocino. Jefe de proyectos en una telco. Oficiante de ceremonias de boda. Y otras muchas, pero inconfesables dedicaciones.

Vive en Madrid. Villa y Corte. Donde confecciona un atlas de churrerías. Y otro de freidurías de gallinejas.

 

Sonia Loaysa.

Acordeón. Rabel. Percusión tradicional. Voz.

Perfeccionista. Todo bondad. Todo picardía. La maldición del oído absoluto se cierne sobre ella.

Se crió entre el Barrio de Lacoma y el de Mirasierra. Y por eso los recuerdos de su infancia están asociados al descampado. Como los de todos lo niños de extrarradio, durante la transición. Un paisaje místico, ascético, que define el carácter de por vida.

De pequeña fue a un colegio del Opus. Y por eso ahora va de punk y de anarcoterrorista por la vida.

Estudió Ciencias Biológicas en la Complutense. Ahora lleva entre manos un proyecto de banco de semillas, para rescatar las variedades hortofrutícolas autóctonas de la Sierra Norte de Madrid.

Aficionada a las conspiraciones de temática alienígena. Pasa las horas escudriñando las aguas del pantano de El Atazar en busca de anunakis y otras formas de vida extraterestre.

Vive desde hace mucho en El Berrueco. Un paisaje granítico cuyas emanaciones de gas radón la mantienen en constante lisergia consigo misma.

 

Daniel Martín.

Vientos. Cuerdas. Percusión tradicional. Voz.

Encantador de serpientes. Cariñoso. Verdadero. Seductor. Emocionalmente hiperactivo.

Se crió en El Aaiún (Sahara Occidental) hasta los seis años. Los mejores de su vida.

La Marcha Verde le mandó a Carabanchel Bajo. Allí se convirtió en el malote del barrio. El Tom Sawyer de Opañel. Conoce de memoria todos los túneles del metro entre Aluche y Marqués de Vadillo. A oscuras.

Licenciado en Ciencias Económicas. Nunca ejerció. Porque de hacerlo, habría hecho saltar por los aires todos los modelos de economía aplicada, implantando uno propio que ande a mitad de camino entre Carl Marx y Gloria Fuertes.  Entre tanto ha sido profesor de instituto con chavales de familias desestructuradas. Como Sidney Poitier en Rebelión en las aulas.

Ahora es bombero. Pero, sobre todo, es compositor. Vive en Gandullas, en una cabaña de pescador, junto al embalse de Puentes Viejas. Desde donde pesa y calibra los atardeceres.